lunes, 29 de marzo de 2010

Linea

Línea.
Caí rendido, sordo, volteando hacia el tatuaje, ese que se despelleja cuando salen alas y una vez más me eche a llorar. Volvieron a mentirme como a un niño zopenco.
Fabrica de mi garganta, fabrica de silabas carroñas, lo que quiero decir es; que no sirven para nada, parecen estar encima de unas piernas rotas, parecen estar en los residuos de balística de un crimen jamás cometido. Cuando el sol come estos ánimos, las ganas del mundo escurre en mi sudor, que porquería, que porquería quejarse, hablar y no pasar de ello, pero eso hacemos nosotros, un aislador invisible, un hilito en diminutivo que conecta las faces del humanismo.
En la esquina, arriba, en mi cabeza, una señora vende flores cuando compran muertos. Pero ¿y que?, los muertos no saben de vergüenza , simples adornos de colores me parece cruel, mostrarles que somos imperfectos y torpes por no haberles agrandado una sonrisa con siquiera una flor, los muertos no saben de vergüenza, nosotros parece que si.
Hay que fusilar el cráneo, delinear los ojos al embalsamado, arrugarle la cara para una sonrisa y así, los demás muertos acompañantes de su tal vez eternidad crean que los tuvimos contentos.
La muerte es bonita, de lo más sencilla, humilde a cavidad, quizás sea la cosa más humana que exista en la razón, no distingue ningún rasgo, raza, edad.
Bonita es la muerte, por que todos nacen muertos ya, todos mueren buenos, con su respectiva celebración, su costumbre, su iglesia de ladrillos de entrañas repletas de simplicidad e hipocresía hasta la ultima maldita vena, pero ¿ que ?, somos adultos , jugamos a ser correctos, a ser racionales, esa es más bien la tradición de todo ser humano.
Yo. Me vestí con los mejores trapos que se apestaban en mi ropero, por que hay que ser elegante para una visita, hoy voy a un lugar muy solido, pero antes pasaré a comprarle flores a la señora…

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